La escuela: el día después de mañana – 2ª parte

  En un artículo anterior, primera parte bajo este mismo título, se hablaba de cómo hoy parece casi imperioso ir al encuentro de nuevas formas, nuevas maneras de educar y de aprender en este siglo XXI. La pandemia por la COVID-19, con la que prácticamente comenzó este año escolar para Uruguay, nos ha mostrado que hay vías de interacción educativa mediadas por la tecnología que se subutilizaban, algunas estrategias educativas que aún se subutilizan o se utilizan pobremente -viene al recuerdo una frase acuñada hace ya muchos años: el síndrome de USTED (Uso Subdesarrollado de Tecnología Desarrollada)-, sin aprovechar todas las posibilidades de la tecnología para la comunicación, en particular en el área de la comunicación educativa.

  La comunicación educativa explora, debe explorar aún más, todos los caminos posibles para llegar a la mayor cantidad de públicos y hacerlo, sobre todo, con la intención de despertar la curiosidad por aprender.

  Otro aspecto, que no se tendrá en cuenta para este artículo, es el de los niños que necesitan apoyos especiales y especializados.

  Si la escuela en sus años primarios, tal como planteábamos en el artículo anterior, hiciera desaparecer las fronteras entre grados permitiría la individualización de los aprendizajes. Dejaríamos atrás conceptos como los de “integración” e “inclusión”, entre otros, para pasar a la práctica de los aprendizajes individualizados en las asignaturas o áreas en las que la IA (Inteligencia Artificial) acompañaría paso a paso a cada alumno y lo haría sin apuros ni horarios, sin presiones ni imposiciones. Cada niño podría -esto ya lo saben los usuarios- , errar, probar caminos y avanzar a un ritmo propio. Como no habría fronteras de grado para las asignaturas, no habría “atrasos” ni “atrasados”. Tal vez cada uno iría creciendo en algunas áreas más que en otras; no importa. Allí donde las dificultades fueran mayores entraría a actuar el maestro- guía, quien personalizaría su metodología para cada caso que lo requiriera. La experticia de los maestros sería tan fundamental como su capacidad para esclarecer dudas, buscar estrategias, cambiar de rumbo.

  Los niños están acostumbrados a perder partidas en los juegos, a intentar otra vez, a jugar repetidamente. Usemos ese potencial para buscar juegos desafiantes. Viejos videojuegos, mostraron a niños de generaciones anteriores las aventuras de Indiana Jones por el mundo en la Segunda Guerra Mundial, o a Carmen Sandiego moviéndose entre ciudades de distintos continentes, a administrar servicios en hospitales, a pensar estrategias o descifrar enigmas.

  ¿Perderían el tiempo? Sí, si solo jugaran sin pensar, sin decantamiento de conocimiento que luego no podría asociarse a otros aprendizajes. No lo perderían, si esas vivencias se vuelven conceptos en la realidad de nuevas áreas de aprendizaje, en palabras e ideas aprendidas en el desciframiento de enigmas que ayudan a desarrollar el pensamiento lateral o divergente, el razonamiento, la lógica. Vale la aclaración de que no estamos ante la idea de que la diversión por la diversión sea “mala” en sí misma.

  ¿Se puede asociar lo lúdico al aprendizaje formal? Sí; no es novedad. ¿Cuánto se ha jugado a comprar y vender en un almacén improvisado? ¿Cómo se ha aprendido a estar atento a los naipes para ganar una partida? ¿A seguir las indicaciones de una receta de cocina? Ejemplos sobran.

  Desde hace bastante tiempo, muchos diseñadores de videojuegos están trabajando de forma integrada con educadores y expertos. Quien juega y disfruta puede hacerlo sin darse cuenta de que detrás de la diversión hay estrategias especialmente diseñadas.

  ¿Desaparece el maestro? No. Optimiza sus estrategias y logra al fin la individualización y desarrollo particular de cada niño; valora su tiempo y lo administra él mismo.

  ¿Disponibles todas las horas del día? Los juegos y tareas, sí. El maestro, no.

  Esto tiene un doble componente positivo. Los niños podrían, ya lo hacen, ensayar, corregir, probar caminos múltiples veces y en horarios diversos; los maestros estarían disponibles solo en algunos horarios para consultas en directo y para responder en forma diferida en horarios elegidos por ellos mismos.

  Los alumnos aprenderían a perder el miedo a fallar y a no tener frustraciones ni enojos, ni vergüenza por probar diez o más veces sin compararse con el compañero que lo resolvió al primero o al segundo intento. Aprenderían también a esperar a su maestro-guía. El cultivo de la paciencia también importa.

  Los maestros han sido creativos desde siempre en nuestro Uruguay. Una de las misiones de las autoridades sería auxiliarlos y guiarlos en estos cambios.

  Mientras tanto los niños irían a la escuela presencialmente para otras actividades en las que poner en práctica otras “inteligencias”: cantar, jugar en grupo o individualmente, dibujar, pintar, construir, cultivar y cosechar, bailar, tocar instrumentos, cantar en coros o crear orquestas, equipos de deporte, recitar, actuar, reflexionar sobre diversos temas. Estas, y otras muchas que se le estén ocurriendo al lector, son opciones a ofrecer para desarrollar otras habilidades humanas: la tolerancia, la empatía, la solidaridad.

  Esta podría ser una forma de transitar desde el ser individualista al ser individualizado, que no es lo mismo.

  ¿A todos nos gusta cantar? No.

  ¿A todos nos gusta jugar al fútbol? No

  ¿Todos quieren bailar? No

  Estoy segura de que estos temas forman parte de la libertad responsable. Es tiempo de lograr independencia y autonomía desarrollando a la vez, disciplina y disposición para el trabajo.

  Se explica por sí sola la razón del modo condicional de los verbos en este artículo. Pensemos en que todo esto es potencialmente posible.

  Aseguro a mis lectores que he estado y sigo pensando mucho en estos temas. Por lo que no será la segunda ni la última vez que los aborde.

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