A través de estos artículos de opinión hemos sostenido la necesidad de la claridad, coherencia y lógica puestas al servicio de nuestros discursos. Antes de adentrarnos en el tema, una precisión: llamamos discursos a todo los que decimos conscientemente, con intención de transmitir ideas, desde un saludo breve a comentarios extensos, partiendo de nuestras capacidades como personas de niveles estándar o “normales”.
A la claridad, coherencia y lógica podremos aderezarlas con mayor o menor pasión, según la oportunidad y contexto. En los intercambios durante una negociación lo necesario es que prime la calma, la serena pasión, y el sostén de fundamentos válidos. Se puede consultar mucha literatura al respecto.
Esto “debería” ocurrir pero no siempre es lo que ocurre, y menos en tiempos electorales, cuando el frenesí del apuro atropella al raciocinio.
Imaginémonos por un momento, siendo asesores de nuestros candidatos. Nuestro entusiasmo es tal que le decimos que siempre hace, ha hecho y hará, todo correctamente, sin fallos, ni errores de ningún tipo. El postulante, tranquilo, sigue por el camino, escuchando solo nuestros aplausos y loas. Así vivirá sin alarmas, nada lo hará cambiar porque va por el camino allanado. “Todo bien, jefe”.
¿Dónde está la trampa mortal de este accionar? Solo verá, él y nosotros, lo bueno que ha logrado y borrará lo que habría que corregir, lo que salió decididamente mal, lo que no se ha hecho.
Susurrarle al oído el cántico embriagador de las sirenas llevará al barco de nuestro héroe hacia aguas peligrosas.
La crítica, los señalamientos, permiten corregir el rumbo. Pero solamente la crítica honesta -positiva o negativa -, objetiva y con ángulo panorámico. Mirada abierta, despejada y firme.
Sabemos que hay mucho fanático extremo en las redes -que ni el humor entienden-, muchas voces crispadas, atacando a los que no piensan como ellos, menospreciándolos como si fueran bichos malos. Gritan “democracia y tolerancia” mientras levantan un puño amenazante y miran con odio oculto a los oponentes.
¿Cree alguien que se comporta así que sería un buen asesor de campaña para su candidato a Presidente de nuestro Uruguay? La respuesta seguramente será que no. Nadie quiere a un candidato que dice que hizo todo bien, levantando el puño con ira, insultando a los que no coinciden con sus ideas y a la vez tratando de atraer adhesiones. Seamos buenos asesores, no ya para el candidato de nuestra preferencia, sino para la saludable y serena tolerancia democrática que desde siempre nos ha caracterizado como uruguayos.
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