Ante los “debates” que hemos presenciado entre los candidatos de nuestro país hacia una instancia tan importante para la democracia como lo es la votación obligatoria de un nuevo gobierno, es notorio que falta pulir mucho los formatos propuestos; no parece que sea un asunto de desinformación porque contenidos al respecto se tienen al alcance de la mano en cualquier buena biblioteca digital o material.
Al respecto, me remito a un artículo publicado en este mismo blog en marzo del presente año. Discusiones y debates
Ahora vayamos al punto medular.
Una precisión necesaria es que “debatir” es enfrentar. El debate es una lucha con palabras que, fuera de los ámbitos de aula y aprendizaje, debe mover, sacudir, convencer, aportar informaciones nuevas. Esta puntualización no es menor.
Por largos años, en la universidad en la que fui docente y a través de artículos y charlas, insistí en que es imprescindible formar en la práctica y diferenciación entre opinión y argumentación. ¿Pero a quién se forma? No solamente a los que van a enfrentarse en un debate sino también al público que escucha, ve, siente, entiende, apoya o disiente. Este ejercicio nos mueve intelectualmente a todos.
No es esto lo que ha sucedido hasta el momento en nuestro país, ni aún luego de miles de días sin un debate.
Analizando parte a parte: lo transmitido en la noche del 1º de octubre de 2019 en Uruguay fue un debate de formato académico como los que habitualmente se llevan a cabo en clase, con estudiantes juveniles. Se fijan los temas a debatir, se dividen equipos, se delimitan los tiempos de exposición, de intercambio, de apertura y cierre, y los turnos de intervención. Se preparan los equipos debatientes al mando de un capitán, y al moderador como guía y control de tiempo y permanencia en los ejes temáticos. Se le pide al moderador que no se parcialice, que sea justo, equilibrado y que, cuando vea que el tema decae o se reiteran argumentos, intervenga para avivar el interés.
Si bien la presentación fue acordada entre los debatientes, sus equipos, los periodistas y los medios, resultó una clase abierta, donde los estudiantes mantuvieron lo practicado en clase, dieron sus opiniones -ya ensayadas y oralizadas muchas veces en los discursos-, mostraron el mayor de los respetos y no aportaron más de lo que ya se sabía. Fue un correcto ejercicio de práctica estudiantil. Se perdió una oportunidad preciosa para un enfrentamiento intenso, movilizador. Perdimos todos.
Totalmente de acuerdo. No creo que los debates de aspirantes presidenciales planteados con este formato aporten nada nuevo a los que tienen que tomar una decisión electoral.