Una vez más me viene a la cabeza, y me da vueltas y revueltas, el tema del intercambio de opiniones.
Son las pequeñas ocurrencias cotidianas las que me hacen reforzar esta idea, reiterada y machacona, de que hay que practicar mucho más desde la escuela el ejercicio de escuchar, tratar de entender lo que el otro dice y luego responder.
¡Parece tan sencillo! Pero, no. No es sencillo.
Leemos hilos en Twitter, comentarios en WhatsApp, en Facebook o en cualquiera de las múltiples redes de intercambio en las que los participantes se enredan y enredan los hilos, de forma tal, que se genera una maraña. Y es en esas marañas en donde se pierde el rumbo de la discusión. Uno de los participantes se siente agredido por lo dicho, aunque ese dicho no se refiera a él ni a su caso personal, para que la conversación gire y comience a desnortearse.
Así sean cuestiones tan banales como si hay que cambiar al director técnico de un cuadro de fútbol, la cantidad de copas ganadas, cómo debieran hacerse las fiestas escolares de fin de año, si es preferible ir a la feria o a los supermercados a comprar la fruta para que una afirmación, aparentemente inocente y sin ningún valor agregado, se entienda como una ofensa para quien lo lee.
Tomemos un caso ficticio, pero que podría ser real: el intercambio en wasap de un grupo de padres de escolares.
Opinador A ––¿Ya no se mandan deberes? Es bueno para que sigan trabajando en casa. A mí siempre me mandaban deberes.
Opinador B ––Bastante trabajo tienen las maestras para que después tengan que corregir los deberes. Que les suban el sueldo, mejor.
Opinador C ––Mis nenas van a karate y a inglés después de la escuela.
Opinador D ––Yo no voy a llegar de noche a tener que embolarme con los deberes de los nenes. Dejá
Opinador B ––Mis nenes no van a karate ni estudian inglés. Se quedan con la abuela después de hora.
Opinador A ––A mí no me ayudaban. Yo los hacía sola
Opinador C ––¿Te molesta que mis nenas hagan karate y estudien inglés? ¿Vos sos de los que opina que el karate es para varones?
Opinador B ––Mandalas a un colegio bilingüe con doble horario y listo.
Opinador D ––Dale B, ahora sabemos por qué tu hijo le hace bullyng a los otros.
Opinador E ––Yo tengo una beba chiquita y otro adolescente, además de Juanchi.
Opinador E ––¿Alguien más va a natación? Me gustaría arreglar así nos turnamos para ir a buscarlos al club.
Sin duda que la comunicación tomó un rumbo desviado del eje del tema. Estas “conversaciones locas” son frecuentes. Empiezan con un tema y terminan en otro o en otros temas. Dejamos de lado, por ahora, la ocurrencia de agresiones gratuitas.
Es posible, como he comentado en otras oportunidades, que la mediación, el espacio que separa a los interlocutores en las redes, haga más virulentas las afirmaciones, los ataques a la persona y no al tema propuesto. Tal vez sea, porque falta esa lejanía, ese espacio entre interlocutores, que se prefiere evitar tocar temas polémicos cuando estamos frente a frente.
Los uruguayos nos hemos habituado a permanecer en nuestras zonas de confort.
Compartir ideas con los que opinan igual o muy parecido a nosotros es amable y tranquilizador. No se corren altos riesgos. No hay debate, no hay escaramuzas.
En cuanto a esos temas que mencionaba al comienzo, inocentes, que para nada tienen que ver con la tan evitada zona de riesgo de la discusión político-partidaria, en la que los tintes son negros o blancos y nadie sale de su posición, ocurre que hay una sordera evitable.
Estamos lejos todavía, de saber escuchar. No se trata solamente de no interrumpir al otro cuando habla. Se trata de dejar de lado todos nuestros pensamientos, esas ideas que tienen demasiado alto el volumen y no nos permiten escuchar lo que el otro expone. A veces son tan fuertes nuestros pensamientos que nos niegan la posibilidad de escuchar con la serenidad necesaria.
Estamos lejos de saber escuchar y mucho más lejos de lograr una escucha sostenida, abierta, receptiva.
Hasta alcanzar este primer objetivo básico estaremos ausentes, sordos a la música que suena y bailando en solitario.
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