El actual Presidente de Uruguay, el Dr. Tabaré Vázquez, ha mencionado reiteradamente en declaraciones , entrevistas y discursos la necesidad de dialogar, de hacerlo sin violencia, buscando intercambiar opiniones, interpretar hechos, aclarar situaciones. Alcanza con buscar en internet por ejemplo: “Tabaré Vázquez llama al diálogo”, para comprobarlo. Pueden, si lo desean, probar con “sindicatos llaman al diálogo” o “legisladores llaman al diálogo”, “proponen diálogo para la inclusión” o como quieran hacer las combinaciones para encontrar rápidamente infinidad de artículos al respecto.
En notas a los protagonistas de la actualidad política nacional -gobernantes, empresarios, sindicalistas, autoridades de las instituciones públicas y privadas- escuchamos con frecuencia que se habla de las mesas de diálogo, que se han mantenido conversaciones con Tal y Cual, que pasará a discusión en las Cámaras del Legislativo, entre otras frases comunes y repetidas en los informativos.
Tal vez funcionen esas mesas de diálogo o las discusiones en el Parlamento porque se toman como parte del trabajo que se ha de cumplir y por lo tanto se mantiene la corrección política, se dialoga o discute con la distancia social indicada -salvo algunos incidentes olvidables- y luego cada uno se retira a hacer sus declaraciones públicas. O no, no importa. Mientras tanto nosotros, los ciudadanos votantes, solo recibimos las declaraciones, no vemos, no presenciamos estos intercambios.
El fines del pasado mes de marzo se escuchó la noticia del intercambio vía Twitter entre el Dr. Luis Lacalle Pou y el Ing. Daniel Martínez. El contenido no viene al caso. Lo que sí llama la atención es este intercambio breve y digital entre candidatos a la Presidencia de la República. Tal vez es parte de la estrategia de campaña y funciona. En este mundo en el que todos están apurados, y de las noticias se lee poco más que los titulares, un intercambio rápido y conciso llega, quizás con mayor eficacia, a los ciudadanos que participan del “tuiteo”, lo leen en las redes o escuchan sin que les tome demasiado tiempo y antes de que se aburran.
Da la impresión de que siempre que medie una distancia virtual o real, el diálogo parece conservar su buena forma, la discusión “no se pasa de la raya”. Se dialoga con el periodista, se discute entre parlamentarios desde sus bancas, en ámbitos preservados como el despacho de un ministro, el salón sindical de reuniones, el estudio de televisión o de la radio. Podríamos llamarlos “espacios controlados”.
Pero, ¿y por casa, cómo andamos? ¿Por qué se nos hace tan difícil intercambiar opiniones sobre temas sensibles con compañeros y amigos, con vecinos, con familiares?
Persiste en nosotros a nivel social, en las reuniones informales, la idea de que hay algunos temas que mejor, no tocarlos. ¿Por qué? Porque se corre el riesgo de pasar del diálogo a la discusión, luego al debate acalorado que lleva al enojo, gritos o tensos silencios, y terminar en alejamientos y divisiones entre grupos de amigos, familiares, vecinos…
¿Y en las redes? En las redes es más fácil porque se puede escribir, responder, calificar, criticar, opinar sin mirar, sin ver al otro. Luego se cierra la sesión digital y se termina el intercambio. “Mañana será otro día”.
La situación sin mediación alguna, el cara a cara, cuando se ve y escucha al otro directamente, en persona, a corta distancia es bastante más difícil. Y más difícil cuando no son temas de trabajo ni de las tareas laborales; no podemos dialogar serenamente con los temas que agitan nuestras emociones
Estamos entre familiares, amigos o conocidos y hablamos de banalidades pero no de nuestras concepciones, de creencias, de convicciones que están insertas en nuestras vidas, de nosotros como personas, como ciudadanos. Hemos dado a los fanáticos el espacio y el permiso de tener la palabra, expresarse sin ningún temor. Muchas veces atropellan al que piensa diferente con imparables discursos sobre sus verdades y el resto de los mortales, igualmente ciudadanos uruguayos con derecho a la libertad de expresión, o se frena y silencia ante la prepotencia o responde con furia vehemente o arrebatos sin control.
Hablar, dialogar, discutir con los que opinan igual o muy parecido a nosotros es tranquilo y tranquilizador. No se corren altos riesgos. No hay roces peligrosos. Estamos dentro de la tan mentada “zona de confort”.
Cuando el político habla para sus adherentes en el acto de su lista, en el club con sus partidarios, con “su gente” tiene enorme responsabilidad como orador, pero está cómodo. Es como un actor saliendo a escena. Sabe lo que va a decir, lo preparó, sabe que habrá aplausos y vítores.
Los votantes escucharán, maldecirán a ese que no les gusta para candidato, cambiarán de canal, de radio, o tal vez expresarán sus pareceres en voz alta. A lo mejor comentan algo de la actualidad del país con algún desconocido pero evitarán hacerlo con los amigos que saben que piensan de una manera muy diferente.
Hay heridas que no se han curado. Lo sabemos bien. Alcanza con repasar lo sucedido con las investigaciones del periodista Leonardo Haberkorn, que retomaron fuerza entre el 30 de marzo y el 1º de abril de 2019 , acerca de los desgraciados hechos ocurridos entre Tupamaros y militares en las décadas del 60’ y 70’ del pasado siglo XX.
De esos años de nuestra historia, hasta que no se terminen las mentiras, los ocultamientos, los ánimos revanchistas y la tergiversación, la política y sus actores seguirán mostrando solo una máscara. Hasta tanto no se establezca un verdadero y sincero diálogo político y social, limpio y valiente, que le permita al pueblo uruguayo conocer verdades que a lo mejor son duras, durísimas, seguiremos fracturados y enfrentados.
Y hasta tanto no nos enseñen a dialogar desde los primeros años de nuestra escolaridad seguiremos en silencio, dejando a los fanáticos vociferar, atropellar, apropiarse de supuestas verdades, o responderemos a los gritos, con violencia o insultos. En el mejor – ¿o lamentablemente peor?- de los casos, las reuniones familiares, sociales y de amigos seguirán evitando temas urticantes “para no pelearse”.
Es tarea de educación política y ciudadana enseñar a dialogar, a discutir, a debatir y sobre todo a generar esa buena práctica de escuchar con la mente abierta, sin prejuicios, tratando de entender de lo que se habla, procesando, argumentando, cuestionando cara a cara, sin otra mediación que la que impone la conversación amable.
Informar a los ciudadanos no es suficiente; solo capacitándonos de manera sólida en el circuito “escuchar- procesar información- responder”, podremos llevar a las emociones de la mano de la razón y del buen juicio.
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