Disfrutemos porque estamos en Democracia y los discursos se diversifican a la vez que se masifican para hacerlos digeribles, aptos para todos. Pero tengamos a la vez suficiente espíritu crítico como para cuestionar esas palabras que son “cajas vacías”, que nosotros llenaremos con nuestros propios deseos y convicciones, nuestro “leal saber y entender” sin estar preparados para reconocerlas y tomar distancia de su embrujo. Palabras grandes, frases amplias que aparecen en cada discurso y que nos ofrecen “un futuro mejor”, “mejorar la calidad de vida”, “vida digna”. Quién no querría, ¿no?La promesa de un futuro mejor nos llena de esperanza a todos y a cada uno de nosotros. Sin embargo, este “futuro mejor” es algo inasible, difícil de explicar.
“Educación de calidad”, “más y mejor educación”. Nuevamente, ¿quién no querría?, ¿quién podría negarse? Se sabe que una porción de nuestra vida, de nuestra realización personal, del éxito en nuestros trabajos, de la satisfacción de poder vivir dignamente depende de la educación que hemos recibido, de la formación para el desempeño en el mercado laboral. ¿Qué se espera de una educación mejor? Realmente, ¿qué expectativas tenemos al respecto? Sin duda podemos dar respuestas variadas dentro de un rango bastante amplio.
También nos referíamos a la necesidad imperiosa de continuar educándonos y formándonos a lo largo de toda la vida. Decíamos que las profesiones, oficios, cualquier trabajo que se realice va cambiando a lo largo del tiempo, más aún en momentos en que los avances de la tecnología van reformulando tareas y reemplazando otras.
Cuando se pierden puestos laborales porque se ha robotizado un trabajo – un ejemplo es el cambio del cajero humano por máquinas, que han llegado a tantos supermercados -, es hora de pensar qué conocimientos, capacidades, habilidades debieron tener esas personas que han sido sustituidas por máquinas. Para no ser reemplazados por robots y desechados como chatarra viviente, debemos ir un paso adelante y prepararnos para nuevas ocupaciones que la tecnología seguirá trayendo consigo. Esta es una razón por la que debemos aprender a lo largo de toda la vida.
Otro aspecto es que la educación debe proporcionar, sobre todo a los más jóvenes, la posibilidad de formarse para el mundo.
Que la educación nos libera de la esclavitud es un viejo concepto. Sobre todo porque evita depender de la ayuda de otros.
Tomemos esta idea: la educación nos libera. Al ser más educados y libres podremos soltar amarras y navegar, elegir en qué lugar del mundo vivir, elegir nuestro lugar en el mundo.
Nuestros jóvenes deben estar preparados para trabajar a distancia mediante la tecnología, con nuevas herramientas. Deben conocer más de un idioma, estar informados de lo que acontece en la región, en el continente o en lugares más lejanos.
Contar con esa formación e información les permitirá ser más libres para optar.
Prepararlos para que puedan buscar y conocer a sus empleadores, saber qué se necesita para acceder a esos empleos, cómo será el sistema de pago, en qué moneda, qué se puede negociar, cómo acceder a esos datos, cómo presentarse a esos puestos.
Educación para la comunicación laboral, para el intercambio con pares, con colegas o superiores. Saber que el mundo no tiene las mismas reglas culturales y sociales en todos los países. Todo esto sin perder la capacidad de gestionar emociones y habilidades humanas.
Se debe procurar integrar y preparar a la mayor cantidad de población activa para el campo laboral y pensar en formar no solo para sobrevivir en Uruguay, sino para insertarse en el mundo. Colocar al Uruguay en el contexto global implica no solo formar a los niños y jóvenes sino de manera constante a toda su población, a todos.
Pensar con amplitud planetaria genera incertidumbres pero a la vez abre fronteras: este es el desafío que enfrentamos día a día.
Por cierto, el Estado no puede estar ajeno al reto de la inserción mundial. Y para no quedar fuera del camino deberá brindar a los ciudadanos educación continua, universal e integradora.
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